Autor de la novela ‘Pilato, el Prefecto de Judea’ (Donbuk Editorial), y del ensayo ‘En Nombre del Pueblo Romano’ (Donbuk Editorial), Andrés Sampedro Tébar posee un amplio conocimiento sobre la historia de Roma y del Mundo Antiguo. Conocimientos que ha vuelto a plasmar en una ponencia titulada ‘La Navidad en el cristianismo primitivo’, propuesta lanzada por el párroco de la iglesia de San José de La Rinconada, Alberto Mediavilla, que le ofreció a Sampedro hablar durante el Adviento sobre la Navidad.

La iglesia San José acogió este acto que contó con un numeroso público y con la I Teniente de Alcalde y delegada de Cultura, Raquel Vega, quien durante su intervención subrayó el “admirable trabajo de investigación y la capacidad de comunicación de Andrés Sampedro Tébar, como también su generosidad y humildad. Tenemos la suerte de contar con el conocimiento de un auténtico especialista en el legado de Roma”.

El autor de ‘Pilato, el Prefecto de Judea’ explicó que iba a tratar la historia misma de la propia Navidad. “Cómo celebraban la fiesta las primitivas comunidades cristianas y convivían con las festividades romanas”.

Así, Sampedro Tébar señaló que para los primeros cristianos lo verdaderamente importante era la pasión, muerte y resurrección de Jesús, siendo la fiesta principal la Pascua y no la Navidad. “Para conocer por qué la Navidad carecía de importancia para los primeros cristianos hay que contextualizar el momento en el que surge y se expande el cristianismo. En el judaísmo la celebración del cumpleaños carece por completo de importancia, por lo que es coherente pensar que aquellas comunidades cristianas del siglo I concedieran al momento del nacimiento de Jesús una importancia escasa”. De hecho, el escritor refirió que las comunidades cristinas del siglo I y II d.C. aguardaban el regreso de Jesús, “la parousía”.

Todo ello empezó a cambiar una vez desaparecidos todos aquellos que habían conocido, visto y convivido con Jesús, y los nuevos cristianos empezaron a hacerse preguntas sobre la vida del Hijo de Dios. “En este contexto surgen los Evangelios “ocultos” en el sentido literal del término; es decir, los “Apócrifos”. Textos que tratan de ahondar en la vida de Jesús más allá de lo que nos cuentan los Canónicos. Y entre los temas, por supuesto, se trata la Navidad”.

El Edicto de Milán que Constantino promulga en el 312 d.C. hizo que se multiplicase el calendario de festividades, “se tiene constancia de que hacia el 330 d. C la Navidad ya se celebraba en Roma, aunque es el Papa Julio I el que fija en el calendario el 25 de diciembre como la festividad de la Navidad. Por estas mismas fechas, concretamente en el 354 a. C, el calendario de Furio Dioniso Filócalo también fija el 25 de diciembre como fiesta de la Navidad”.

La elección de este día responde, según Andrés, a dos explicaciones: un razonamiento teórico, surgido un siglo antes de la legalización del cristianismo y otro sociológico.

El primero se le debe a Hipólito de Roma, que a principios del siglo III d. C, en su obra ‘Comentario al Libro del Profeta Daniel’ escribe que la primera venida de Jesús al mundo se produjo el 25 de diciembre. Por ese mismo tiempo, Sexto Julio Africano, en el año 221 d. C, ya fundamentó esa idea gracias a la ‘Teoría del Cálculo’.

En cuanto a la explicación sociológica diciembre, decembris en latín, era en el primitivo calendario romano el décimo y último mes de año y era el mes en el que los romanos celebraban dos festividades de gran importancia: las Sarturnales o Saturnalia y la festividad del Sol Invicto. “Eran fiestas propias de una sociedad agrícola, en la que la llegada del invierno, y una vez concluida la siembra, llegan días de asueto y de descanso”.

El ponente mencionó que las Saturnales eran las fiestas que se celebraban en honor al dios Saturno, cuyo templo se erigía en el Foro romano. Durante estas fiestas, que solían durar desde el 17 de diciembre hasta el 23, aunque se modificó en algunas ocasiones, se adornaban los templos, las calles y las casas con guirnaldas, laureles y diversas plantas. Se celebraba un banquete público después de los sacrificios en honor a Saturno, y las fiestas también se repetían en las casas particulares. “Aunque la singularidad de las Saturnales consistía en la inversión de los papeles sociales: durante estos días, los esclavos se convertían en los amos y los amos servían a los esclavos. Y por si esto fuera poco, se intercambiaban regalos, los esclavos se sentaban a la mesa y todos vivían y convivían como iguales”.

Por lo que respecta a la fiesta al Sol Invicto, aunque se popularizó durante el siglo III d. C con la llegada de los cultos orientales, ya existía en Roma desde mucho tiempo atrás. La deidad tenía un templete en el Circo Máximo de Roma y su celebración tenía lugar pocos días después de las Saturnalia, durante el solsticio de invierno. “Se celebraba el fin de las tinieblas. Se conmemoraba la luz y la grandeza de Roma, personificada en la figura del emperador como restituidor del mundo. Si a toda esta simbología, muy naturalizada en la mentalidad romana, le añadimos los escritos de Sexto Julio Africano y la categoría de Jesús como “Sol de Justicia”, la analogía es evidente”.

Habló Sampedro Tébar de la hispana Egeria que recogió su peregrinar a Tierra Santa en una obra llamada ‘Itinerario de Egeria’, donde también compiló la liturgia del culto en esta zona, y en ella cuenta cómo fue testigo de la celebración de la Navidad del 385 d. C en Belén.

Para finalizar hizo hincapié en que “conservamos muchísimos detalles de las festividades romanas, solo que los tenemos tan interiorizados que apenas nos damos cuenta. Y no sólo de las festividades romanas, sin perjuicio de la enorme importancia que tuvieron para el ulterior desarrollo y simbología de la Navidad”, como es el caso de los griegos con las Dionisias Rústicas o los pueblos nórdicos con el festival de Yule donde adornaban los árboles, simulando el Ygdrasil, el árbol primigenio. “Es el antecedente de nuestro árbol de Navidad”.

Por todo ello, finalizó afirmando que “la Navidad es, en definitiva, un crisol de tradiciones, muchas de ellas antiquísimas, y lo asombroso de todo ello es que todas comparten un mismo mensaje de concordia, recuerdo, felicidad, alegría, hermandad, renacimiento que ha pervivido a través del tiempo”.
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