En el extremo del lienzo o casi velada sobre el fondo oscuro. Discreta a modo de juego visual para el espectador o destacada como una reivindicación de autor.

Rematada, a veces, con el nombre completo, con las iniciales o, simplemente, con un anagrama, la firma es uno de los elementos que más ha evolucionado a lo largo de los siglos. Su aparición afecta al concepto de arte y artista, está vinculada a la valoración social de la labor creativa y pone en juego cuestiones como el virtuosismo, la autenticidad y el genio individual.

Esa historia particular del arte tiene su relato en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, cuya colección es una expedición de siglos desde el trabajo agremiado en la Edad Media al fuerte individualismo de los siglos XIX y XX. "El surgimiento de las firmas está relacionado con la autoafirmación del artista. Hay pintores que, siendo primeras figuras como Murillo, no firmaron sus trabajos; otros lo hicieron como modo de dejar testimonio a las generaciones venideras, con conciencia de futuro", señala la directora de la pincoteca, Valme Muñoz.

Al respecto, existe en la colección de este museo andaluz un caso sorprendentemente temprano: el escultor Pedro Millán, activo en la Sevilla del último tercio del siglo XV, dejó su firma en dos de las tres obras que se exhiben de su autoría. Con letra gótica, en la filacteria situada a los pies del Cristo Varón de Dolores se lee 'Pº Millan Ymaginero' y en el frontal del Llanto sobre Cristo Muerto aparece la misma rúbrica abreviada entre flores de cardo: 'Pero Millan Magi'. Sólo su escultura de Cristo atado a la columna carece de rúbrica.

La visita al Bellas Artes de Sevilla también permite el encuentro con la firma de los grandes maestros. Sucede así con el Retrato de Jorge Manuel de El Greco, donde el genio cretense dejó su huella en griego: 'Doménikos Theotokopóulos e'poiei (Domenicos Theotocopoulos lo hizo'), o en El Calvario, de Lucas Cranach, quien rubricó su obra con un dragoncillo alado que sostiene un anillo con una piedra engastada, símbolo del escudo familiar otorgado al artista germano en 1508.

Por su parte, Valdés Leal deja huella de su autoría en las Tentaciones de San Jerónimo (1657), donde narra cómo un grupo de muchachas, con lujosas vestimentas e instrumentos musicales, provocan al ermitaño, quien fija sus ojos en el crucifijo ante el que se encuentra arrodillado. 'J. Bds Leal' se lee en una de las piedras más cercanas al santo, firmado con la 'b' porque hasta el siglo XVIII no se asienta y regula la ortografía moderna castellana con la creación de la Real Academia.

Una de las firmas más curiosas se halla en la Sagrada Familia de Juan de Uceda y Castroverde. En la zona inferior, tres urracas se disputan un papel con la inscripción: 'Johannes Vceda Castro/ Berde faciebat / Anno 1623'. Incluso algún trozo del papel aparece arrancado por sus picos y tirado ya en el suelo. Aunque se desconoce qué significado quiso darle el pintor, las urracas se han asociado a las malas artes, fundamentalmente el latrocinio, aunque también podría ser una derivación del apellido del artista (Uceda/ucello, pájaro en italiano).

En este repertorio de individualidades destacan las divertidas propuestas de los trampantojos. Así, en un simulado papel con anotaciones numéricas y apuntes artísticos, fijado con cola a unos paneles de madera, aparece en una esquina la firma del pintor Pedro de Acosta, del siglo XVIII. En otro de los papeles fingidos de esta obra, en una hoja de calendario con la fecha de 1741, aparece la frase "Se b'n de En Sevilla (Se vende en Sevilla)", que ratificaría el origen de la pintura.

Otro caso singular se halla en la fórmula elegida por Domingo Martínez para dejar huella de su autoría en el lienzo San Francisco confortado por el ángel (1745-1749). El artista plasma su firma 'Domingo Martínez facit' en un papel que sobresale ‒doblado, con los pliegues desgastados, en aras de la verosimilitud‒ de la Biblia donde está sentado un angelote. Dicha propuesta también se descubre en la Apoteosis de la Inmaculada (1740), donde el libro está a los pies de la Venerable Sor María Agreda y los monarcas Felipe IV, Carlos III y Felipe V.

Esta reivindicación de la autoría alcanzará su velocidad en los siglos XIX y XX cuando el artista buscará distinción, prestigio y reconocimiento. José García Ramos, Gonzalo Bilbao, Gustavo Bacarisas, Alfonso Grosso, Emilio Sánchez Perrier e Ignacio Zuloaga, entre otros muchos, firmarán sus lienzos. Esta aspiración de individualidad tendrá su más alta expresión en el autorretrato. La leyenda "Yo, Villegas" acompaña el rostro casi desafiante del pintor. Tenía entonces poco más de treinta años.
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