A los lienzos de Valdés Leal se accede exactamente por una ventana de asombro. Nada se muestra igual en ellos a como se muestran las cosas del mundo. Hay algo por estrenar y sólo se descubre cuando aquí gana cobijo la mirada. Es lo que sucede con los dos lienzos de ‘Las Postrimerías’ (‘In ictuoculi’ y ‘Finis gloriae mundi’), posiblemente las más logradas de las representaciones de las ‘vanitas’ del Barroco que cuelgan, casi a modo de advertencia sobre la fugacidad de la vida, a la entrada de la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla.
El traslado de ‘Finis gloriae mundi’ al Museo de Bellas Artes de Sevilla marca la cuenta atrás de la exposición ‘Valdés Leal (1622-1690)’, que servirá para conmemorar el cuarto centenario del nacimiento del pintor y escultor. La muestra, que abrirá sus puertas en las próximas semanas, reúne de un total de 85 piezas (lienzos, esculturas, grabados y dibujos, pero también libros y objetos domésticos procedentes de Londres, París, Hamburgo, Barcelona, Madrid y numerosas ciudades andaluzas (Córdoba, San Roque, Málaga, Jaén y Sevilla).
La operación de descenso del emblemático cuadro de Valdés Leal, situado en altura en una de las paredes laterales del sotocoro, se ejecuta con precisión y cierta celeridad. Es una danza calculada de técnicos y operarios bajo la supervisión de la conservadora Marisa Caballero-Infante, responsable de Patrimonio y Gestión Cultural de la Hermandad de la Santa Caridad, quien subraya la particularidad de que el lienzo –que sólo ha salido del templo en cuatro ocasiones desde su ejecución en 1671-1672, es decir, hace 350 años– está anclado a la pared “por medio de unos raíles instalados ya en el siglo XIX”.
Ya en el suelo, la obra, con un peso aproximado de 90 kilogramos, dado el soberbio marco realizado por Bernardo Simón de Pineda, descansa en dos plataformas con ruedas que sirven a los operarios para su traslado a un cajón especialmente diseñado para sus dimensiones –2,20 metros de altura por 2,16 metros de anchura– y concebido para evitar vibraciones y movimientos durante el viaje en un camión desde la iglesia del Hospital de la Santa Caridad al Museo de Bellas Artes de Sevilla, emplazamientos separados por apenas 2,3 kilómetros.
La exhibición de ‘Finis gloriae mundi’ es, sin duda, uno de los grandes atractivos de la exposición conmemorativa de los 400 años de Juan de Valdés Leal. Se trata, sin duda, de una de sus obras más célebres y, junto a ‘In ictuoculi’, responsable de la equívoca identificación del artista con lo macabro y lo fúnebre hasta el punto de ser calificado en ocasiones como “el pintor de los muertos” cuando el pintor se limita a trasladar de forma magistral a los lienzos el pensamiento de don Miguel Mañara, que ingresó en la Hermandad de la Santa Caridad tras una firme conversión personal en 1661.
Mañara, quien emprendió una intensa campaña artística para dignificar el culto de la iglesia del hospital y difundir el mensaje de la corporación (Murillo, Pedro Roldán, Bernardo Simón de Pineda…), eligió a Valdés Leal por su capacidad expresiva, pues la crudeza visual y el impacto emocional eran acordes con lo que pretendía con estos lienzos: remover la conciencia del espectador, alertarle de la inminencia del fin, tal como revela ‘In ictuoculi’: la muerte lleva sobre su brazo izquierdo un ataúd junto con una guadaña y una mortaja, mientras que su mano derecha apaga súbitamente la vela.
Por su parte, ‘Finis gloriae mundi’ muestra el interior de una cripta funeraria a la luz de un ventanuco que permite ver algunos cadáveres en descomposición. En primer término, un obispo comienza a ser devorado por los gusanos y un caballero de la Orden de Calatrava, a la que pertenecía el propio Mañara, yace con los signos de la muerte en su rostro. Al fondo se amontonan más huesos humanos en desorden junto a una lechuza y un murciélago, animales que habitan en las sombras y que refuerzan aquí la dramática alusión a la muerte.
Sobre la lúgubre escena, la mano llagada de Cristo sostiene una balanza en la que se sopesan las buenas obras frente a los vicios, simbolizados en el plato de la izquierda por diversos animales. Las buenas obras son encarnadas por instrumentos de penitencia, una hogaza de pan, libros de oraciones y un rosario, todos ellos coronados por el corazón en llamas con el anagrama JHS, que simboliza el amor ardiente de Dios, tal como aparece en el emblema de la hermandad. Delante de los platillos de la balanza se leen, respectivamente, las inscripciones “Ni más” y “Ni menos”.
Esta pintura, junto a su compañera, ha generado una literatura abundante, poniendo de manifiesto la eficacia de las imágenes creadas por Valdés e imaginadas por Mañara, según destacan desde el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Tanto es así que Ceán Bermúdez recogió a principios del siglo XIX un comentario que resaltaba el impacto de esta obra: “Murillo al ver el lienzo de los cadáveres, que está en la propia iglesia de la Caridad, decía a D. Juan de Valdés, que le había pintado: compadre, este cuadro no se puede a mirar sino con las manos en las narices…”.
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