Fechable en la primera mitad del siglo XVII, el autor de esta pintura anónima pudo inspirarse en el grabado de Alberto Durero de igual título, que data del año 1511 y que representa a la Virgen sentada al pie de un árbol, ofreciendo al Niño una pera. La pintura de Salteras por su parte muestra igualmente a la Virgen sedente sosteniendo en su regazo al Niño Jesús, el cual aparece dormido, apoyando su cabeza en su brazo derecho, con gesto de gran ternura y naturalidad. Su Madre parece dirigir su mirada hacia el Niño, mientras sostiene en su mano derecha una pera, uno de los frutos del paraíso, presentando así a María como la nueva Eva. Según algunos autores, esta fruta simboliza por su color la virtud teologal de la esperanza, si bien en la Edad Media era símbolo de la fecundidad, sin olvidar que las frutas en general aluden iconográficamente a los frutos del Espíritu Santo.
La Virgen se muestra portando una corona de gran porte, quedando circundada su cabeza por un halo y seis cabezas de angelitos. La composición aparece delimitada en los laterales por unas cortinas, mientras que en los ángulos inferiores se distinguen sendas jarras de flores, alusivas a la pureza de la Madre de Dios.
Sin duda una pintura que merece la pena visitar para contemplarla de forma directa y aproximarse, en primera persona, a la historia y tradiciones de este enclave sevillano.
Salteras
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